Tuesday, August 01, 2006

SUB (Versión en castellano)


















Toque de queda


Como militantes vendados
espiábamos del día todo acercamiento terrícola
por las hendijas de las chapas.
Impulsados desde el galpón a Marte
las manos buscaban un espacio inocuo
—sin aire ni luz—
de ojos húmedos
refractados en la policromía de momias,
el pasmo de sentirse afuera
ajenos al cuerpo concebidos a la quietud
de otra vía láctea.

Alguien venía después
se aceleraban los pasos y se multiplican los rostros
no quedaba otra opción que el movimiento
corríamos
porque había que guarecerse
o perdurar.

La Playboy que escondía el tío
ya no tiene hojas.



Tanta hondonada
yerta
reclamando la altura vigente del subte
un retiro voluntario
o el suicidio gnómico en las vigas,
la chica top de los anaqueles
enhiesta intuye
desde la fetidez de revoques payos
que bastará una noche de aerosoles
para que caigan despedazados
los restos de piel bronceada,
su botellita de coca light
y la pared.
Tanta eminencia
frágil
aprobando la oquedad solapada del taxi
un retorno involuntario
o la cordura egotista en el asfalto,
la chica beat de las esquinas
rompible ignora
entre bálsamos de manos ávidas
que bastará una danza de moteles
para que yergan integrados
los avisos de guantes súbditos,
la costra de los bordes
y el tendón.



Shame

Y era embeberse
en el reposo del murciélago
desvanecer en el eco de las espesuras
como pasajeros recreados
por los matices del paisaje corvo,
-¿qué animalidad nos merece inquietos,
dónde cede el caos su empeño?
...Era dormirse en la piel de los escalones
otro cuerpo, ...ella se iba después
tras los pasos apostolados
de un niño índigo.



Capturando al homo habilis
de la envoltura de lava
para que vuelva a encorvarse
un palacete ungido.
Agrietar el encordado
su homo herectus en el ropero
y la larva en el cutis.
¿Dónde estarán los tubos,
los vértices perdidos del ensayo?
¿Quién nos devolverá el cuerpo?
¿Cuánta razón tendrá el cartílago del arroyo
para pensarse agua? ¿Cuánta, el pez para saberse arroyo?
Contorsión y estopa,
ese movimiento del crisol en la avenida
el bullicio. La publicidad del mono.

La inexorable corteza subliminal
del sapiens sapiens.



Respiración artificial

Esperábamos a la enfermera
rectos, como si curarse
fuera regresar al mito cónico
del cuerno del mundo
después de haber creído en algo
mas allá del dolor de cabeza...
...y así nos internamos
en la piel de cada cortina
la envoltura de sus credos
y el derrumbe pendular
de los dedos en la yema.
Alguien debía ser asistido
para que otro siga esperando
la fiebre,
como la vieja.



Como una caricatura flácida
el viento compone escuelas
para que una araña pollito
se descomponga sobre su panza,
un beso con gusto rancio, un relámpago
las cosas que tiene la lengua
para sumir la dosis.

Ella quiso saber si podía depilarse,
si había leche en el canasto
y dónde fue a parar el cartel de los kilómetros, los pasos restantes
la próxima localidad.
Un gesto facial de caución en la carpa
dijo más que las humedecidas fauces
de la tormenta,
el veneno contiguo del verde
la intuición de alucinar a la orilla del arroyo seco.

Ella se volvió a dedo
...yo sólo intenté recuperar la linterna.



Trópico de anfetas

La química del fluorescente
derruida,
por los crisoles que guardaron focos
en las amígdalas,
Cristo nos mira desde un palco
y la claridad pretérita de sus patines
agrietan el hielo hasta el centro de la tierra
sollozando por la sombra de la osamenta
el esqueleto de un tubo
su jadeo, todo accidente.
Ya no somos los mismos, los de antes
insondables restos de compañía,
bajo la enagua, nada se había congelado aún,
desde esta secuencia
alucinamos como anguilas desnutridas
lucubrando plegar el patinódromo
hacia el bulbo del orificio boyante
para rendirse al fin
ante la sugerente eufonía de la chispas
y volver.



¿Dónde están los muñequitos articulados, los payasos
y las semillas de melón que quise
germinar en marzo?
Antes de comer pensaba
si serán los escombros que se ven al fondo
los que decoren sus piernas,
o el fondo de los escombros
el que las inventa
otra vez.



Minuendo

El dolor labial del lápiz
prenda los genitales.
Una chica boliviana en la vidriera
sustrae greda infante
de la cúpula sin documentos.
Hoy no se venden botas ni besos...
sólo cisnes y consoladores,
de ahí podremos dispersar el resto.




PUÑOS



Epi

Cualquier sobre
que contenga una hoja sobre otra hoja
se habrá convertido en sustancia.
¿Cuántas veces quisimos volver a ser planta
y nos conformamos con la gota que chorrea del orificio
la nariz cubierta, eso que va por dentro como van los rieles
en las cúpulas gangrenadas?
Este tallo adormecido, esta raíz tropical...
¡La savia nena, ahora tendrás que cuidar la savia!




Acro

Se cae
el último indicio de la frente
a digito cero
salpicando el pogo negro
a esta piel de pileta
escamada.
Se cae
la muñeca derretida
en la intención griega
de enrular las piedras
a ciegas
...se cae el pelo.




Geo

Aterrados por la histeria del humus
preludiamos roces.
¿Qué grafía ominosa urge?
Nos amontona la sangre y se coagula.
El oráculo, cercenado, ¿qué agua inunda?
Porque no hay resto seminal en la corteza; No.
La goma espuma, la miga de pan
las manos, las manos atadas a los meridianos
los pies a los paralelos
la cabeza polarizada
y la pija en el barro.



Inter

Desde este lado de la pared
se puede escuchar todavía gemir a mi vecina
tras un rock de cuello oxidado
y el sonajero de cuna
y el silbido de una pava
y el llanto de un niño
que hace rato
proclamaba su existencia.
Del otro lado de la pared
sólo este silencio.




Sub

El espasmo gutural del ombligo
acontecido en la sangre que recorre todo el torno
en Recoleta,
el umbral del tomógrafo ahí vaciado
por la rosca, hosca, del entorno.
Da lo mismo volver a correr
que volver a la coleta desvencijada
al recuerdo trepador que la sujeta.
Ella sigue pensando en el invisible que perdió en la calle
como agolpada, esférica,
vive envuelta en la ostensible lámina de piel de pez
y cree que la recubre el agua
o algo más que eso,
el embeleso de otro enlace dispuesto a encapsularla
en el dote figural de suponer que los demás
andamos por abajo.




Supra

Cascarudos que comen sesos
cascarudos que comen sexos
y la informe comunión de preferirnos
en la cúspide secuencial de lo inconcreto,
lo que habíamos dicho, lo que no se pudo decir,
lo que deberíamos estar diciendo.
Algodón en las orejas para no escuchar los ronquidos
o la opción de no tocarse siquiera.

Tu hamaca paraguaya se la presté a Cosme...
hasta que se acabe la comida
o venga el fumigador.




Hetero

Como una verdulería en la mente
la ruptura disociada de los gajos en los hemisferios
de las mandarinas, tus tetas
humedecidas debajo de las moscas
todas las cosas.
Solíamos derruirnos en la esfinge emocional
de alguna semilla,
cascarita troquelada del azar
nos juramos todo el jugo y volvimos
a germinarnos en el polvo.




Neo

Como un niño encallado en la plaza
la chinche segrega lo que gira de lo que se hamaca,
mete el mundo en una bolsa
lo huele y dirime
y gatilla su ombligo con el índice
hasta suicidarlo
suicidarse entre los rayos de una bici atiborrada.
Ahora busca los cayos en la sopa
la mustia motivación de lo que quiere ser
cuando sea grande,
un refugio
simulacro retraído en las capas de la noche
un chumbo
los retratos del silencio ensamblados
en un muñeco de trapo
la voz
lo que sigue huyendo a la orilla.
Como una plaza encallada en la chinche
el niño presume sesgos de inmensidad
de lo que queda.




Ex

Se cuela un grano de arena
por la fisura del cuervo,
sonamos a timbales y cortejamos los cielos
arreciados a los toneles vagabundos de las rejillas.
Para meterse en las regaderas habrá que restaurar
los pliegos secuenciales, habrá que amordazarlos esta vez,
bailar, bailar, bailar, bailar... ¿Para qué?
Humectarse la enagua para salir a ver
donde reviente una supernova
o salga un enjambre amilanado.
El vasallo añade la punta del hilo hasta dormir
se sabe visto, no sueña
se prenda los escarpines
conjura la hondura de los precipicios
con los martirios de su coalición enjuta, derruida
por el néctar ulceroso de lo que fue anoche, anteanoche
y en alguna otra oscuridad perenne.
Se acuerda que las putas lo sentenciaron cuando succionaba el devenir,
y los rastrillos de la piel, hedentina
los surcos que dejó la lengua.
Esa prístina holandesa lo acarició en Amsterdam
después se arrojó el cuervo a los orificios matinales
para caer solapado por los umbrales del ojo.





Holo

¿Será la nada que recubre la nada
la que hace que anteceda al todo que contiene al todo?
¿Será el ruido del trueno el que nos despabila
sin ver su luz?







PULSO


Hábito intransigente

Las manos santas,
que fuiste
las vendadas
las que oraron,
en suspenso como cactus
sueltas de agua
hieden el segmento del sudario,
la ira de las tijeras
gráciles formas de disiparse
en el yermo corte de oscuridad.
¡No agarres los monumentos, no los vomites!
La Madame está dormida, como entregada
al sueño de los despiertos,
a la incandescencia del reflejo.

Todos quisimos ser putas,
sacudirnos los orificios cónicos,
detrás de los espejos escindidos
prescindir de un beso
del cabrio y su violencia
del dolor del clavo hecho piel.
¿Habrá algo para decir después de Dios?
¿Será sólo lo que no dijimos antes
lo que pasó?
Lo exánime
lo que no acaece,
el yeso viudo
la madera insociable
el mármol sopesado
o el exceso tempestuoso
de un coito en la bañera.



Esta carie
este orden
se confunden
con todo lo que quisimos ser
y no pudimos.
Ahora nos condena el aceite
derramado en la nuca
el rumor líquido
consagrado a la falange
y el ruido a hueco
del cepillo de dientes.



El dolor de los metales

Un viento de aspirinetas
que traiga sures en saunas
es todo lo que necesita este oxígeno
para concebir hidrógeno...
Y alguien que manche con membrillo
las olas desparramadas,
el polo de una mujer surgida
que olvide licuar del mapa
el aire condicionado
por el frío inusual
de un aro en la lengua.



Resortes inanimados de carrozas
procuran luces a la noche de Pichincha
como un carnaval postergado.



El interludio

Clepsidras del soplo amargo
incrustadas en el café
que preparó mamá por darme algo más
después de la cena.

Otra mujer que abre sus manos
sin los precintos acongojados del glande,
otra pulsión separatista del mundo
en la comunión de los dedos
en su gastada comisura.

Hijos que fueron trayectoria de una alcantarilla deshabitada
afectados a la corrosión de la herrumbre.

Habíamos dormido tanto aquella noche

Ni el suplicio ancestral de la nariz pudo contenernos,
la hendidura reparó los techos
y el alejamiento hacia las cosas cónicas
impidió la gesta.

Todo olía a mierda en la unción del tiempo de nuestra casa
la omisión en las medias horadadas que fingían gestos,
convalecer progresivo en la neuralgia del huevo cigoto
—gestación unívoca del caos—
harto de asir la potencialidad de un cuerpo que nunca llega,
los oropeles encausados a la puerta de los cofrecitos.

Que alguien llame no dirime la oferta intencionada.

Sucumben entonces los infantes
a orillas de un reloj anestesiado,
los críos bravos de la tierra,
su huérfana complicidad con pelotas de trapo
los triciclos y los perros callejeros.
Solíamos hervir la tarde en los baldíos
servir alcohol evaporado como ofrenda
y nos tirábamos al sol a imaginar figuras sin contorno
los bastones donde se apoya el fuego
el plexo anfibio del embrión.
Devorarse en la quietud críptica de capturar
aunque partida
por las uñas emuladas, distintas,
el planeta abisal del óvulo
y otro hombre cierra sus puños
con la sangre amontonada en los extremos,
otro ataque genital
en la comunión de los dedos,
la gastada comisura de cada dedo.

La tendencia del cuervo
se apoya sobre el mascarón de proa,
altera el sentido
alerta la profundidad.

Carecer de sombras no es buscar blancos.




Senda peatonal

Cruzar
o no
también
depende
del concreto
riesgo
lineal
de cruzar
o no.




...y era lamer el desierto
hasta que se acabe la arena
para sortear el alambre a la sutura de los labios
a los dibujos macilentos que surcan la lengua.
Estar del otro lado es como volver a este
cuando se apagan las luces
sin anzuelos aplomados en la ropa
con los caninos silentes del coyote
y todo lo que olvidamos en el sueño
de presagios masticables,
coplas aniquiladas
y chicanos deportados.




Frontón

Lo que demanda otro cielo
se ofrece en la tierra
en la cal de calientes paredes
donde rebotamos el tiempo
para que pique y se eleve
hasta dibujar el trayecto ausente
de una parábola cruda,
macerar el precio
de una calabaza japonesa
sin que ningún vasallo
pueda quedarse con el vuelto.



Palabras de Marcelo Scalona

Si todo escritor se caracteriza por el don de la extrañeza, eso está fuertemente potenciado en Fabricio Simeoni; su condición natural de ser encapsulado, privado de toda movilidad, le imprime a su naturaleza, un desvío, una rareza todavía mayor a la del gatocordero del que nos hablaba Kafka. Si el poeta es un significante particular frente a otros significantes establecidos, en el caso de Simeoni, la deformación o transgresión de los cánones tradicionales está reforzada a través de un gusto provocativamente arbitrario, extravagante, barroco, bizarro, eufónico, pletórico de seducciones tan fuertes y visuales como una pantalla líquida, que además, chorrea.
Siguiendo cada vez con más fidelidad las huellas de su adorado Néstor Perlongher, le hiende sutiles ironías al kistch, demuele cualquier tufillo de caduco modernismo y agrega toda clase de interpretaciones, muchas de ellas racionales, aunque siempre encimadas a otras surrealistas, oníricas, insospechadas, imposibles, divergentes, fruto del sueño, del deseo y a menudo, de las propias vísceras, humores y frenesís exacerbados por la quietud que palpita.
La condición de ser extraño del poeta, está radicalizada en Fabricio. Lo que no camina, evidente, le trabaja por dentro y corre al dictado de la frase: el eros de la vida es su movimiento, imágenes desbordadas, materiales opuestos, flujos y reflujos, afirmaciones y contrarios, y en medio de alguna imposibilidad o el horror cotidiano siempre acecha la corrosión del chiste, del absurdo, de lo irreal. SUB habla de una vida que está en otra parte: un marciano, un niño índigo, un homo sapiens, un drogón, un muñequito de la infancia, un preso, un enterrado, un agonizante. Su autor, es evidente, está en otra parte, quizá más humana, medular, introversial que la de muchos.
Nadie como Simeoni en estos poemas, puede hablar de una vida que corre debajo de la superficie, la normalidad o lo establecido. Y eso queda dicho tanto para la semántica cuanto para la forma. SUB se inscribe holgadamente en el neobarroso inaugurado por Lezama Lima y Perlongher.
Simeoni es un sujeto que (curiosamente), se “para” distinto frente a los significantes tradicionales de la poesía. Quizá sea, porque ha conseguido burlarse del destino.

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